en Buenos Aires:
Análisis de la obra del muralista chileno Alejandro “Mono” González y su visión del Bicentenario en la Galería Salvador Allende de la Facultad de Bellas Artes de La Plata.
Sede Fonseca.
Siempre pensamos que conocer la obra de un realizador es necesario pero creemos que tenerlo con nosotros es imprescindible, irrepetible, inolvidable.
En el caso del Mono González fue más que imprescindible porque conocimos no solo su compromiso histórico, su inquebrantable definición como trabajador del arte. Conocimos su sencillez, su humildad, su pequeña estatura natural y su humana grandeza. Irrepetible porque mas allá de que dijo que quizás sea la ultima vez que este entre nosotros, seguramente cuando nos volvamos a encontrar, estará como nosotros, distintos pero transitando el mismo rumbo. Inolvidable porque su trabajo es un ejercicio de memoria, popular, colectiva. Y su visión del bicentenario no creo que pueda ser cuestionada por nadie porque habla del pasado presente, de las cuestiones irresueltas, pendientes. Quizás no nos pondremos de acuerdo con algunos en como resolverlas pero ese es otro tema que queda abierto a la discusión.
Cuando definimos el mural en intima relación con el entorno, con el hecho arquitectónico y social, vemos que como planteo conceptual decidió respetar la arquitectura, respetar las columnas como parte de la estructura y no por eso el mural se lee partido. La imagen se compone atravesando columnas y puertas, el relato salta entre los paños, no se detiene, avanza desde las puntas hacia el centro donde no por casualidad hay un espacio, un vacío. Desde la izquierda hacia ese espacio aparece el conquistador español con sus caballos que mutan a cascos modernos y blindaje animal, olor a pólvora y represión, a vuelo de la muerte, vuelo marrón nocturno, a vuelo de balas y de avión, a Plaza de Mayo del 55 y la Moneda del 73, a muerto que es uno, que son todos y pájaro que vuelve, que salta el espacio central de desolación y vuelve, desde abajo, desde el origen mapuche en nombre de otros iguales postergados y hermanos. Desde el lado derecho se avanza en la mirada de ojos mapuches que guían el relato a través de su tierra, su visión de la naturaleza, madre respetada y reclamada, es antigua y actual como la movilización y la defensa del hábitat, del agua, del cielo y de la tierra, esa que lo lleva a transforma el coligüe en lanza antigua, en barrote, en cárcel actual. Pero el pájaro escapa, testimonia, sueña y salta el vacío central que es muerte, desaparecido, y permanece, como las palomas de Mayo o Salvador, mensajeras, testigos, que vieron morir trabajadores, maestros, militantes y no, y son discurso, raíz, memoria y esperanza.
La Plata 22 de octubre de 2010
Por Fernando Arrizurieta
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